Ellos también tienen un hogar
Llegué una tarde al hogar para infantes y adolescentes sin amparo filial de Matanzas. Allí me recibió el director y algunos trabajadores, pues los niños estaban en la escuela.La estructura interior del local, la decoración de la sala, el comedor y otras áreas son diferentes a las de una beca escolar y muy semejantes a las del hogar de cualquier cubano.
La educación y el cariño que manifiestan los niños hacia el personal del centro resultan bastante notables. Llegar del colegio y saludar con besos y abrazos a todos o ayudar a las trabajadoras en algunos quehaceres destaca entre algunas de las acciones que realizan.
“Nos sentimos como una gran familia”, refiere Greisy N. Ojito Guédez, una de las cuatro niñas que viven allí. “Nos ayudan con las tareas de la escuela, nos apoyan para todo y si nos comportamos incorrectamente también nos llaman la atención”.
Estar junto a ellos durante algunas horas constituye una grata experiencia. No es difícil imaginar el esfuerzo que realiza el personal y el amor que sienten hacia su oficio y, sobre todo, por esos pequeños.
Mirian Betancourt Valido, cocinera y fundadora de la institución, expresa: “tenemos niños desde los 6 hasta los 18 años. Por lo general, ellos llegan por primera vez con hábitos inadecuados; sin embargo nosotros nos encargamos de educarlos poco a poco.
“Luego, cuando pasan los años y egresan, nos encontramos con muchos de ellos y notamos los cambios que tuvieron. Resulta gratificante percibir cuánto crecieron, aprendieron y fueron capaces de integrarse a la sociedad y formar su propia familia. Reconforta mucho saber que el trabajo realizado por ellos fue realmente bueno y que valió la pena tanto esfuerzo en este lugar”.
El centro cuenta actualmente con una matrícula de siete niños y adolescentes, a quienes el estado cubano garantiza salud, educación, alimentación, estipendio y vestuario gratuito, entre otras posibilidades hasta que alcancen su mayoría de edad.
“Nuestro objeto social consiste en brindarles una atención adecuada y esmerada de manera que se sientan bien y nos vean como su familia. Los niños se sientes felices y seguros”, comenta el director del hogar Felipe Santiago Hernández Sánchez a quien también los pequeños llaman padre, papá e incluso viejo.
La matrícula en el centro se produce por diferentes razones entre las que destacan el fallecimiento de los padres, enfermedades mentales, abandono por parte de la familia, entre otras causas. Luego de un estudio que realiza el Consejo de Atención a Menores en cada municipio se determina la entrada del niño o adolescente a la institución.
“Aquí tienen garantizado todo, su vestuario, alimentación y a nosotros, quienes trabajamos por ellos cada día. Los cuidamos cuando se enferman, les advertimos de cualquier peligro y los mimamos como si fueran nuestros propios hijos.
“Se trata de una labor cotidiana como la de cualquier familia. Les exigimos que cumplan con sus tareas escolares y los apoyamos en todo. Nos esmeramos porque estén bien atendidos, velamos por su correcta higiene, pelado y porque reciban todo el afecto y las atenciones que pudieran darles sus padres, quienes en estos momentos no viven con ellos”, refiere Hernández Sánchez.
El local se encuentra en un adecuado estado gracias a la ayuda humanitaria de personas e instituciones que se solidarizan por la causa de estos infantes y adolescentes. El club de motos clásicas, las logias Verdad y Libertad, la Fundación de Ayuda Humanitaria para las Antillas (FAHA) de Holanda, y otras, destacan entre los numerosos grupos que cooperan con el centro y brindan felicidad a esos siete pequeños mediante visitas y otras iniciativas.
El hogar de Matanzas para niños sin amparo filial ha acogido desde 1986 a más de 60 infantes y adolescentes, a quienes la vida privó de una familia legítima que cuidara de ellos en sus primeros años. Hoy muchos son hombres y mujeres, y algunos trabajan como profesionales de nuestra sociedad.
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